jueves, 9 de septiembre de 2010

¿FUTBOL… YO?

María Eugenia Matú


Fútbol, deporte que en mis tiempos era juego exclusivo del sector masculino. Fútbol, el entretenimiento que ahogaba en el aburrimiento los domingos en casa de mi abuela. Fútbol y la odiosa voz de Ángel Fernández con su goooooooool interminable. Fútbol ¿A quien diablos le importaba que Hugo Sánchez fuese niño… y de oro? Fútbol, por muchos años deporte vetado en mi hogar. Águilas, pumas, chivas eran animales inexistentes en mi vocabulario. ¿Tacos? Sólo de cochinita, ¿medio delantero? ¿Por fin… adelante o en medio?


Back time Los miro desde la mecedora, es domingo en casa de mi abuela y el calor de medio día pega fuerte. Gritan, se agitan, estos entes acosan al televisor con sus rostros sudorosos “bizcos van a quedar” sentencia mi abuela. Me columpio en la mecedora mientras ellos continúan en su mundo, un mundo blanco y negro (con selector de canales y regulador koblenz) en el que no tengo (ni me interesa tener) cabida. Desde la ventana, el ruido que proviene de la calle es similar al que escucho aquí adentro “goooool” grita Ángel Fernández y cuento los segundos que dura la o, estoy segura que un día de estos terminará ahogado en su propia emoción fanática. El alarido se multiplica y va recorriendo, una a una, las casas de esa cuadra Sanfrancisqueña. Algunos años después la chocante palabrita fue sustituida por el no menos sangrón “tirititito” del Perro Bermúdez.


Definí al fútbol soccer -durante muchos años- como la inconcebible carrera de un puñado de desquiciados tras un balón. Las mega patadas y los lesionados a los que sacaban en camilla de la cancha de juego siempre me parecieron faramalla pura. ¡Que horror! ¿Jugar fútbol? ¿para terminar “mecos” como aseguraba mi abuela que quedarían todos los hombres de la familia? “si no me crees ve a “la Chencha” como tiene las piernas”. Desde mi lugar privilegiado dije: definitivamente el fútbol es un deporte para las hordas. Di vuelta a la hoja y continuó la vida. La Diosa Fortuna me premió con dos niñas ¿Fútbol? ¡Ni en la tele!.


Qué lejos estaba de imaginar que no solo terminaría tratando de entender la terminología del fútbol, sino que además tendría que ir a pegar de gritos a esos árbitros vendidos que no marcan el “faul” cuando “nuestro” jugador yace en el pasto retorciéndose de puritito dolor “¡Sácale cuando menos la tarjeta telefónica, arbitro vendido!”... “¡¡¡Hay que estudiar, hay que estudiar, porque sino de arbitro nos vamos a quedar!!!”. ¿Yo intentando rodar una pelota?, ¿sirviendo de blanco perfecto al inminente pelotazo que me hace rebotar en la improvisada portería?, ¿Yo saliendo de “chopins” en pos del mejor par de tacos, probando la resistencia de medias y rodilleras y pidiéndole en secreto a Diosito no le duela mucho la patada?


Si, yo. Yo hoy digo ¡que viva el fútbol!, que viva el deporte que me acercó de nuevo a mi niña. Que viva el juego que me hizo entender que no todo está perdido aun cuando la adolescencia haya entrado por la ventana de mi casa. El fútbol, maravilloso entretenimiento que me permite estar carne con carne y alma con alma con mi hija mientras le sobo las pantorrillas, y me cuenta sus cuitas escolares. ¿Qué son dos o tres balonazos en plena cadera si luego puedo escucharla explicar como debo enfrentarme al balón, como pegarle al esférico sin que me duela? ¿Qué el fútbol es deporte masculino? ¡Mentira vil! Y lo desmienten todas esas adolescentes que tarde con tarde entrenan y poco a poco logran dominar pases, ese puñado de niñas que se entusiasma por su primer gol, esas mujercitas que dejan de lado la falacia de que jugar fútbol es cosa de marimachas.


Dicen por ahí que mente sana en cuerpo sano y hoy hay que agregarle ¡Y alma feliz! ¿Fútbol yo? SI, ¡Arriba el fútbol y que viva mi Mary gol de cabecera!

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