lunes, 11 de octubre de 2010

NADIE HABLARÁ DE MI CUANDO HAYA MUERTO


María Eugenia Matú
Publicado en la revista XANUN (noviembre de 2004)

Solo habré muerto cuando me hayan olvidado. La suave brisa de octubre trae a nosotros viejos y conocidos olores, olores olvidados. Olores que nos guían. Olores que entre mezclados nos recuerdan que se acerca el día de muertos. Las albarradas del pueblo han sido pintadas ya, de ese blanco intenso, de ese blanco que sólo poseen las albarradas de los pueblos.
Todo en Pomuch es contrastante, el fresco olor a la tierra húmeda se combina suavemente con el calor que emana de los hornos de pan. Las blancas albarradas rodean las casas de huano y cobijan a esas mujeres de coloridos huipiles de cuyas manos brotan lo mismo “coquitos”, que incensarios, xpelón, o mazapán. La caravana de Radio Universidad inicia el recorrido.
Junto con López decidimos caminar, olvidarnos de esa maquinaria infernal –invento del hombre blanco- que fácilmente te atrapa en su cómodo interior y que nos ha traído a este encuentro. Ellas, las mujeres de coloridos hupiles se acercan, sonríen, preguntan, hablan entre sí “la maya”. Nos acompañan, caminan a nuestro lado y sonríen, siempre sonríen. Nuestras manos recorren esas blancas albarradas, los ojos exploran el camino y descubren lo mismo elotes tiernos que calabazas.
La mañana se va transformando, mientras el sol busca el cenit en el horizonte, los pasos se vuelven lentos, pesados. El calor agobia, el sudor nos convierte en entes pegajosos de andar cansado. Ellas, las mujeres de coloridos huipiles, se han cubierto con rebozos, reacomodado su carga en la cabeza y aligerado el paso, sonríen, siempre sonríen. La maquinaria infernal –que ya no nos lo parece tanto- pasa a nuestro lado, sus tripulantes -cómodamente sentados- también sonríen. ¿Apresuramos el paso? No, no creo que nuestros anfitriones tengan prisa, se quedarán ahí, a la espera de que alguien llegue a visitarlos. Se quedarán ahí por los siglos de los siglos.
¿y si nos perdemos?,¿Aquí,... en Pomuch?... Bueno, ante tanta insistencia decidimos darle trabajo a un triciclero. Ahí vamos: al encuentro con nuestras tradiciones. El aire nos despeja, nos refresca, sonreímos, rebasamos a las mujeres de coloridos huipiles que nos regresan alegres el saludo. Entre una y otra pedaleada el triciclero nos cuenta brevemente su diario ir y venir. Hasta donde se lo permiten nuestros kilos, nos platica, nos sonríe. Al fin llegamos, dice.
En silencio entramos al camposanto, recorremos las veredas una a una, nos encontramos con lo inevitable, con el destino al cual todos nos enfrentaremos un día. Ahí en esa soledad, nos encontramos también con nuestros propios muertos, con nuestros miedos del ser o no ser. Todos: ricos y pobres, hombres y mujeres, sin importar edad, todos finalizamos el camino ahí, en la tierra roja, en el piso del camposanto.
Todo se ha dispuesto ya, el equipo, los micrófonos, hasta cámaras de video llevamos. Queremos documentar esta tradición. Y ahí nos encontramos, con el sol a rajatabla y las preguntas revoloteando en la mente. De entre los lugareños que afanosamente limpian, pintan, lavan las tumbas de sus familiares escogemos a Don Gabriel Tuz y su esposa Irene Chi. Han terminado de cambiar el mantel que acuna los restos de mortales de los padres de Don Gabriel. Ahí mezclados, entretejidos, combinados y sin lograr diferenciar los huesos de uno y otra, los padres de Don Gabriel duermen –desde hace 50 años-el sueño de los justos.
Portillo y López llevan la segunda vuelta al cementerio, las cámaras van recogiendo los testimonios de quienes acuden a este encuentro. En close up, en paneos están las imágenes de los vivos y los muertos, todos en silencio. Unos, los vivos, limpiando, acomodando. Otros, los muertos, esperando... siempre esperando.
Los osarios abiertos, los manteles que ya han sido cambiados se van acumulando en espera de ser llevados al basurero. Flores nuevas en el jarrón, agua limpia. Cráneos, fémures, costillas… ese cúmulo de huesos en los que nos convertimos después de muertos, son arropados con mantelillos blancos, resplandecientes igual que el blanco de las albarradas.
No, Don Gabriel dice no temer...”¿porque voy a tener miedo? Se pregunta sonriente al tiempo que se responde... “si esta es mi verdadera casa, la otra -donde vivo- es no’más de paso, mientras me muero” .
Estos días son de fiesta, porque vienen de visita los Pixanes, son tiempos de regocijo, de felicidad. Y mientras limpia y cepilla los restos mortales de sus difuntos Doña Irene enhila sus recuerdos con los rezos. Ahí, en el camposanto de Pomuch los Pixanes regresan a ese encuentro ancestral con los suyos, rinden tributo a la tierra y esperan, esperan el nuevo momento del reencuentro. Sólo habré muerto cuando me hayan olvidado.

sábado, 9 de octubre de 2010

PALABRAS, PALABRITAS Y PALABROTAS

CUENTOS CORTOS                                                   inédito

María Eugenia Matú.

Yo tengo dos Apéndices, cábulas a más no poder las mentecatas, (eso ustedes ya lo saben, pero no buscaba como comenzar este cuentito corto). El caso es que ambas navegan por la vida con la cruz de su madre a cuestas y el estigma de conocer ciertas palabras y no poder utilizarlas con pleno derecho de libertad (lapo de por medio). Así la cosa, el Apéndice Menor (bastantito mayor) maneja muy bien los silencios - a falta de pan, agua- “aaaayy Andreaaaa… eres muyyy… (Silencio)… bastaaaantita…  (Silencio)”.

Decía mi maestra de lingüística que no hay palabras ofensivas, sino personas que se ofenden, como se ofendió cierto tipo cuando un día mi tía (la que reza) le llamó “occiso”, a él le sonó fea la palabra y, si suena feo, tiene que ser un insulto, argumentó el susodicho (si me lee, vuelta se enoja por lo de susodicho). Y es que las palabras más inocentes pronunciadas en boca malora pueden adquirir dimensiones descomunales y provocar hondo pesar en quien las recibe, imagine lo apabullante que puede resultar la inocente “palangana” dicha con muy mala leche.

Lamentablemente, para desdicha de los oídos castos, existen palabras que por su contundencia no pueden ser suprimidas de nuestro vocabulario. Aun cuando “ipso facto” (en el acto) viene siendo el primo hermano aristocrático del pelado, palurdo, bastante corrientón, de “en chinga”, no tienen el mismo impacto pronunciados desde la boca materna que reclama la presencia de uno de los Apéndices. ¿Duele acaso igual darse “un golpe en la cabeza” que “pegarse un chingadazo”?. Y si nos seguimos por esa veredita tropical descubriremos un número indefinido de articulaciones lingüísticas que no dejan espacio para cualquier otra palabra. ¿A poco no es más sabroso tomarse el “xixito” del chocolate que nos preparaba la abuela en lugar de los residuos que quedan en la taza?”. Cuando algo nos provoca risa al extremo, nadie, ¡pero nadie!, se orina de la risa. Todos nos “uixamos” de la risa. Y el hedor que se desprende de un “xik” que huele a ut’a ma... (Silencio, emplearía mi Judas personal) No tiene, como master card, precio.  

Recientemente me entero que decirle gordo – de cariño- a alguna amistad cuyas carnes rebosan alegremente por sus bordes es -sin más ni más- una denostación (denostación es una palabra que tendría que ser suprimida por un silencio, porque me suena fea). Purux, nojoch, supongo que entrarán en la misma censura.

¿Por qué las buenas conciencias se ofenden al escuchar vocablos como pene, coito, vagina?  ¿No resulta más ofensivo decir pizarrín? cuyo significado nada tiene que ver con el miembro masculino, ¿Quesito, cosita?... ¡Mi vida!. Nadie en su sano juicio le cambiaria el nombre a palabras como repollo, crepúsculo, emperifollar solo porque “suenan” feo. Porque entonces (y por pura justicia nacional) tendríamos que cambiarle el nombre a quien (por error del destino) se llama Liborio (conozco un médico asesino que decidió vengarse trabajando en el seguro social), Floripondio ó Casiana.  

Dicho lo anterior, y rememorando a mi gurú personal, las palabras fueron creadas para pronunciarse en su justa dimensión, con lo que los pudores y sonrojos deberían quedarse guardados en el último rincón de nuestro prejuicio (digo lo anterior con las reservas de ley, no vaya a estarme leyendo el engendrito y se destape a soltar palabras por aquí, palabras por allá, porque en la escuela que ella acostumbra frecuentar provocaría un “chingo” de desmayos y soponcios)

P.D. Maruchita21@live.com.mx sin nada más que decir, emigra porque tiene un “titipuchal” de ropa que planchar.

martes, 5 de octubre de 2010

LES VA COMO EN FERIA (CADA QUIEN HABLA SEGUN LE FUE)


fotografia: San Lázaro Pool (Polito)

DE FERIA EN FERIA  
                        publicado en Novedades de Campeche sept/2010

María Eugenia Matú

Por años, la tradición de la feria de San Román se centró en la visita obligada al Cristo Negro antes de cualquier otra actividad pagana. So pena de un buen regaño materno, lo primero que se debía hacer al arribar era ir a santiguarse con “nuestro negrito”. Jugar a las canicas para obtener siempre como premio la alcancía de barro, subirse al remolino, a la rueda de la fortuna, las sillas voladoras, tomarse una sabrosa soda en el puesto de Canabal y terminar comiendo unos churros calientitos era el itinerario de cada septiembre.

Las quejas de los vecinos del barrio de marinos en torno a las penurias que atravesaban cada que la feria aparecía en su horizonte, se volvieron además de tradicionales cada vez más fuertes. La lista era interminable: que si los fiesteros se posesionaban de las áreas verdes, que el hedor a orines era insoportable, el ruido, la falta de estacionamiento, que su presencia presagiaba inseguridad pública. Los camper y camiones de estos nómadas que invadían la tranquila vida Sanromanera con sus tendederos de ropa, con sus fogones, hizo que un buen día la feria de San Román se fuera con su música a otra parte.

Las generaciones venideras conocieron otra cara, la feria moderna, esa que cada año trae una atracción nueva diferente, cada vez más emocionante, más escalofriante, más peligrosa. Atrás quedaron los juegos mecánicos “Ordóñez”, “Nava” con sus atrevidos “traba”, “pulpo”, “tazas locas”. Todo es un constante cambio y devenir, todo evoluciona los juegos lo hicieron, la forma de marearse en ellos también. Lo único que permanece impávido, es la historia de esos seres que, año con año, a lo largo de nuestra tradición han venido, como el IVA, incluidos con la feria. Los “carruseleros”, los “fiesteros”, o cómo ahora se les denomina: los expositores, con sus alegrías, penurias, dramas, con esa forma de vivir para algunos por demás fuera de lo común, han estado presentes en la cotidianeidad de todas las ferias.

SPIDERMAN DE GIRA POR LA FERIA
“Dile a la amiga como te llamas” urge a su hijo la rubia mujer que se encuentra lavando el aire acondicionado de su camper, “Epaydeman” dice el chiquillo mientras mira inquieto a su madre “no, no te llamas Spiderman, dile tu nombre”. “Epaydeman” ha de tener cuando mucho 2 años, los mismos que ha pasado de feria en feria, porque su papá atiende un puesto de pelotas. Visto con optimismo, el niño ha viajado más que cualquier adulto, su mundo se abre amplio a todo lo ancho y largo de la República Mexicana. La semana pasada estuvieron en Palenque, antes en Carmen y Veracruz, lo que resta de septiembre y octubre su casa rodante estará estacionada frente al malecón de Campeche, en las Ferias de San Román y San Francisco.

Bernardo, el padre de “Epaydeman” tiene 8 años que empezó a laborar en las Ferias aunque es la primera vez que viene a Campeche “Vivimos batallándole, la necesidad obliga, quiero un negocio estable poder darles una vida mejor a mis hijos” y es que Bernardo y su pareja ya van por el tercero “tengo casi los 9 meses de embarazo” afirma la mujer y al incorporarse de donde ha estado limpiando su aire acondicionado el esplendor de la espera emerge y delata que a lo sumo le quedan unos días para parir.

Discreta, tratando de escabullirse, la mamá de “Epaydeman” evita, como su hijo, decir su nombre, cuenta que ellos viven en Tetela, municipio de Acatlán, Oaxaca donde no existe atención médica y por eso desea que su bebé nazca en Campeche. Cada que responde a una pregunta mira de reojo la reacción de su marido, espera aprobación, se detiene, sonríe y evita decir su nombre ”Soy  de Coahuila, desde muy niña trabajé en esto, de hecho nosotros nos conocimos en una feria”… “¡y ahí nació el amor!” tercia nuestro fotógrafo que se ha estado dando vuelo con gráficas de “Epaydeman” y su hermano mayor, que dentro del Camper simula hacer la tarea.  “Mi hijo, el más grande, ya entró a la primaria, ahora le sacamos un permiso para que falte dos semanas en lo que me alivio y regresamos a casa”, adelantándose a cualquier pregunta, Bernardo asegura que su hijo si va a estudiar “yo quiero que él salga más abusado que yo, por eso él va a la escuela” y el hijo mayor se acerca para Mostar el dibujo de lo que dice “es un transformer”.

“No me gusta esta vida para mis hijos, ni siquiera tenemos luz. Dicen los compañeros que la Comisión nos negó el contrato, estamos dispuestos a pagar, no pueden hacernos esto” se queja Bernardo y su mujer aprovecha el momento para huir hacia el camper “mira, no me gustan muchas cosas, yo quiero otra vida para mis hijos. Tengo compañeros que ya están grandes y ni siquiera saben leer”. Comenta Bernardo que durante una feria en Querétaro él conoció un trailer con escuela portátil para los hijos de los fiesteros, pero es muy común que por andar de feria en feria los niños y jóvenes se olviden de la escuela.

Los ojos de Bernardo se centran en el cielo, que ha empezado a teñirse de gris oscuro mientras tímidas gotas hacen que “Epaydeman” abra los brazos y se ria, “me gustaría tener un negocio propio, no sé… otra vida” dice con cierta melancolía el hombre y de nuevo el silencio. Ahora mira sus pies mientras sus manos descansan en las bolsas de su pantalón. “¿Qué te gustaría hacer Bernardo?”, se le inquiere intentando romper el momento incomodo. Bernardo levanta la vista y busca con los ojos a nuestro fotógrafo mientras lanza una sonora carcajada y lo señala “¡de a perdido quiero ser periodista!” las risas no esperan, como tampoco espera la lluvia. Las gruesas gotas nos hacen huir buscando refugio, lamentamos no poder despedirnos de “Epaydeman” que es metido a la fuerza a su casa rodante. La puerta se cierra tras la pareja, pero su historia sigue en cada feria, en cada ciudad.

CADA QUIEN HABLA SEGÚN LE VA EN LA FERIA
Ante la pregunta, Toña extiende una sonrisa que le abarca los ojos, “¿Cuántos años tengo en la feria?, 30… ni uno más”. Dice haber iniciado su “carrera” en el circo vendiendo palomitas, refrescos y lo que se pudiera “De ahí nos fuimos mi esposo y yo a trabajar atendiendo unos juegos mecánicos, nos rajamos el alma, trabajando los dos al parejo”. Hoy Toña es dueña de 6 juegos infantiles y brinda empleo a 18 trabajadores.

18 trabajadores, la mayoría está presente en esta entrevista, la rodean, la esperan, celebran entre bromas las preguntas y sus respuestas. Con el sol en lo alto y a las puertas de su camper, Toña rememora estos 30 años de andar de la meca a la ceca. 3 hijos, 4 nietos y un hogar en Tizayuca, Hidalgo que sólo visita algo así como un mes al año “A veces vamos dos o tres días, entre feria y feria, es muy pesada esta vida, pero a todo se acostumbra uno”, “menos a no comer” exclama uno de los jóvenes mientras se soba la barriga y la mira con cara de hambre, todos ríen.

Toña afirma que lo más difícil y doloroso de estos 30 años fue educar a tres hijos en la distancia “se quedaban con mis papás porque tenían que ir a la escuela, les llamaba por teléfono para estar un poco cerca, pero si me perdí de muchas cosas con ellos, no los pude disfrutar” había que trabajar para mantenerlos, para darles educación, hoy el varón (que ha seguido sus pasos en el negocio) es quien les ha llegado a reclamar el abandono, el no estar con él cuando era niño “ahora que él es padre sabe lo que nosotros sufrimos al estar lejos de casa, pero ¿pues que le vamos a hacer? Si esta es nuestra forma de ganar dinero”, “…para tener para la papa” insiste el ayudante de Toña ante la risa generalizada.

Ya es hora de preparar el almuerzo y Toña se alista para ello ante las expresiones de alivio de sus trabajadores “Se ve que son unidos” se le comenta a Toña por lo bajo, “¿Unidos? Orita están acá estos cabrones porque tienen hambre, deja nomás que coman y todos vuelan”. Y la plática continua ante la mirada reprobatoria de quienes dicen ser los pollitos “Doña Toña es la mamá de todos estos pollitos” dice entre risas quien parece ser el más hambriento.

“Te invitaría a pasar al camper pero está todo un regadero, es que no nos dejan tender la ropa afuera y pues tengo que buscar como ponerla a secar”. La pregunta es de cajón, ¿Cómo lavan? Cómo cocinan? Con naturalidad Toña dice que en lavadora y agrega satisfecha “ahora soy privilegiada porque tengo mi lavadora, mi estufa, y mi camper es cómodo, pero al principio, cuando no teníamos nada, dormíamos entre los juegos, a la intemperie y en el suelo” hoy Toña puede, cuando el trabajo se lo permite, disfrutar la programación televisiva de una antena parabólica.

Del Camper asoma una joven “es mi hija más chica, ella estudia gastronomía pero como está de vacaciones nos la traemos para pasar tiempo juntos, es a la que más he disfrutado” Toña, ¿le hubiera gustado tener otra vida? Se le cuestiona, lo piensa, se encoge de hombros y exclama “no lo sé, estoy tan acostumbrada a esta vida que cuando voy para mi casa ahí en Tizayuca no mas me enfermo, ya no puedo estar sin este ajetreo de ir de un lado para otro”. De lo que si está segura la curtida mujer es que no es una vida que quisiera para sus hijas “no, no, no” niega vehemente con la cabeza “mis hijas no, por eso prefiero que estudien, ellas no van a pasar por las cosas que yo pasé, mis hijas no”.

El hambre apremia, eso se puede leer en los ojos de quienes presencian la entrevista con Toña, que al final se decide “les voy a preparar una carnita molida y frijolitos” los aplausos la hacen sonreír y malora les cambia el menú “no, mejor unos huevos cocidos o mejor no les doy nada” las quejas surgen de inmediato. Ahí va Toña a continuar con el trabajo diario, el trabajo que inicia apenas clarea el sol en la feria, el lugar es lo de menos. El trabajo en la feria siempre es el mismo.

LA PUERTA

NO ES UN CUENTO CHINO                                        29 de julio de 2007
LA PUERTA
MARIA EUGENIA MATÚ
La puerta se abrió por enésima vez y de nuevo salió la misma gordita con el mismo legajo de papeles. Por la expresión de su rostro, lo que llevaba en las manos era algo asi como la firma del tratado de libre comercio entre la tierra y el planeta XMtron. Imposible detenerla para cuestionarla por nimiedades como ¿en que fila debería formarme para continuar mi trámite? La puerta, que estaba en un constante abrir y cerrar, atraía poderosamente las miradas de todos los que -por obra de algún extraño conjuro- habíamos caído esa mañana en la triste y oscura dependencia.
Por la puerta entraron trabajadores elegantemente ataviados, el cabello regiamente “engelado”, con los zapatos recién boleados y el celular incrustado entre el yunque y el martillo realizando secretísimas conversaciones  “no guey… está de poca… si guey…”. Guey debe ser muy importante (y Jefe) porque todos pasaban lista con él antes de entrar por la puerta “si guey…. Ya llegué a la oficina…. Asi quedamos guey”.
Por la puerta entró –también- (con celular en mano –también-) alguno que otro Juan Querendón (el Camaney   hace un buen que caducó)… avanza dos paso y se reacomoda su blonda cabellera, mientras admira por el vidrio de la ventana su nueva pose “castigadora” y le dice a su “hija” por el celular que acaba de instalarle luces de neón al carro  “hija… tienes que ver como quedaron ‘ija…  si’ija…”
El guardián del orden, que es además el custodio de la puerta, apenas y atina a abrir un ojo cuando alguien entra por la puerta,  inmediatamente continua su disertación con Morfeo.
De pronto, el abrir y cerrar de esa puerta se hace incesante, intenso. El acompasado ajetreo de la bendita puerta se vuelve un flujo constante de empleados que salen y entran. Es la hora del desayuno y hasta la gordita del legajo de papeles sale con la misma cara de “llevo a cuestas el destino del planeta”, en una mano continúan los papeles y en la otra trae un “topergüer” con su “sangüich”,  de pan de linaza, porque está a dieta.
Los que permanecemos afuera, porque no tenemos acceso a traspasar la puerta, continuamos en esa desesperante espera.  Somos fieles espectadores del desfile de personajes que sí pueden acceder  y entrar a esa dimensión desconocida que aguarda ser descubierta y que para nosotros está negada.
Y ahí regresa la gordita con su “topergüer” y el legajo de papeles que aprisiona contra su pecho, talla 44 “D”. Decidida entra por esa puerta que se ha convertido en la chistera del mago de la que lo mismo salen “chorrocientos” trabajadores, que entran: un vendedor de te, una rubia platinada con una inmensa bolsa llena de “Todo- lo- nuevo- que- acabo- de- traer- de-Santa- Elena”, y hasta una mamita de reluciente huipil que viene a cobrar la pepita y cacahuate que no le pagaron ayer.
Todo gira entorno a la puerta, ahí parece iniciar y terminar la existencia de esta gris dependencia, lo único que tiene vida propia en el lugar parece ser la puerta. Por momentos esta se abre lentamente y los que afuera esperamos quedamos suspendidos  con la incógnita reflejada en el rostro, en suspenso nos tronamos los dedos buscando averiguar quien saldrá ahora… ¡la gordita y su legajo de papeles!.
Ni el requerimiento que me hace la del mostrador distrae momentáneamente mi atención de la puerta, entrego los documentos sin dejar de mirar fijamente ese acompasado movimiento de abrir y cerrar, algo me pregunta la joven secretaria, algo le debo haber respondido pero no dejo de mirar hacia la puerta. A mi mente acude la imagen del Apéndice Menor cuando se encuentra absorta entre los capítulos televisivos de “Los padrinos mágicos” y  “Sandy y el señor bigotes”.  Y ahí viene la gordita y su legajo de papeles, con voz apenas audible entabla un dialogo con la del mostrador. Su rostro refleja claramente la importancia que tienen esos documentos que celosamente ha cuidado toda la mañana. ¿Serán datos estadísticos mega-super-ultra secretos del 4º informe de gobierno de Jorge Carlos Hurtado?, ¿Alguna lista de sospechosos relacionados con los zetas en Campeche?, ¿la lista de las pulperitas que  ya van a empezar a pelearse con Profepa por los espacios federales?
El dialogo mantiene a todos los presentes con la vista fija en la gordita que al darse cuenta que es el centro de atención  adopta pose de heroína de telenovela, su larga melena rojo-Layda es agitada por el ventilador  mientras fija la mirada en los papeles  “Ay amiga, toda la mañana me la pase dándole solución al problema, vieras que difícil es conseguir un  acuerdo que dejé a todos satisfechos?, lo bueno es que tengo poder de persuasión”
La señora de la fila de junto hasta la boca abre y afirma con la cabeza en señal de aprobación. “Si te digo amiga… hice algunos cálculos, tuve que subir dos veces con el licenciado Perenganito y hacer dos que tres llamadas pero lo logré” los presentes sonreímos, agradecidos del buen juicio del jefe de personal que en su momento  tuvo la grandiosisima idea de contratar a tan excelente  elemento. Segurito que el país jalará p’alante con el perfil de esta nueva burocracia.
“amiga… ya está, tenemos listas todas las fechas y todos estuvieron de acuerdo, hoy puedo irme tranquila a mi casa porque he cumplido… la tanda de los 10 mil pesos que organizaste quedó lista… ahhh, por cierto,  me toca la siguiente quincena”

Que lindos por dios!!... me encantan!!!. 

miércoles, 29 de septiembre de 2010

¿Y NUESTRO HEROES DÓNDE ESTÁN?

EN NOVIEMBRE DE 2007 EL ESCENARIO NACIONAL NOS MOSTRABA (COMO EN ESTOS DIAS) LO QUE PUEDEN OCASIONAR LOS DESASTRES NATURALES EN UN PUEBLO... VA COLUMNA DE CUENTOS CORTOS PUBLICADA EN EXPRESO DE CAMPECHE EN ESOS DÍAS EN LOS QUE LA SOLIDARIDAD DE LA POBLACION DE NUEVO HIZO MÁS QUE LAS AUTORIDADES Y LOS POLÍTICOS

Y NUESTRO HEROES DONDE ESTÀN                                           5 de noviembre de 2007
MARIA EUGENIA MATU


¿Y El Peje dónde está? ¿Y Beto Madrazo para dónde corrió? Porque en la desgracia que le ocurre a nuestros vecinos tabasqueños se ha dicho de todo, pero de estos dos grandes del Edén, ni pío. Este sería un muy buen punto para que don Peje ejerciendo el poder que le confiere ser “el presidente legitimo de México” empezase a hacer algo productivo por el país y sobre todo por sus coterráneos. No se trata de hacer buchecitos de demagogia, porque bastantita agua ya tienen en Villahermosa. Se trata de poner el hombro para ayudar, en estos momentos tendría que acudir con todo su gabinetazo a comportarse como un verdadero líder y organizar el trabajo, coordinar al Ejército, verificar los rescates, llevar comida caliente y ropa seca a quienes hoy sufren.
¿O qué? Pensaba que ser  “presidente legitimo de México” es sólo ir a dar de gritos y lanzar consignas al Zócalo? ¿Creía  André   Manué que sólo se es presidente para lanzar vítores el 15 de septiembre y ver desfilar el 20 de noviembre a los soldados? Porque aquí es como en las bodas: en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, hasta que la muerte los separe. Pero no, el santo señor se encuentra en estos días muy ocupado porque el 18 de noviembre tiene su convención y no es él nadie para dejar colgados a sus chorrocientos de seguidores que con gusto viajan hasta el DF buscando les ilumine la vida con sus declaraciones y acuerdos.
¿Y el otro? Muy tierno él, ya anunció que está recolectando con sus cuates unas “despensitas” para dejarse caer por la ciudad de las dos mentiras “a ver que día de estos”. Como dice mi abuela (esa mujer sabia y curtida por los años) “aquí el que no corre… vuela (como Madrazo)”. Y la pregunta obligada para Beto es ¿Y como para cuándo piensa darse su vueltecita por Villahermosa? Porque, digo, la situación está como para tomar el asunto con cierta prontitud, hagamos de cuenta que la ida a Tabasco es como el maratón de Berlín y hay que llegar ipso facto (osease ¡rápido!), y aquí no tomaremos en cuenta si se va corriendo, en auto o en lo que mejor le plazca sino que llegue.
El que no ha dicho “esta boca es mía” ( Ladeharry ruega a la Virgencita de Hool así siga)  es mi querido Vichente, que ocupado con todas las conferencias que tiene que dictar en el extranjero, su escuelita, el rancho, la Martucha y sus querubines no le queda tiempo para enterarse de lo que ocurre en nuestro maravilloso país.
Hoy es tiempo de ayudar, de desprendernos de algo de nuestra despensa para brindarlo a quien lo necesita, tal vez la pregunta consabida del consorte de la Sahagún sea ¿y yo por qué?... porque todos debemos fajarnos, porque hoy  no es momento de analizar qué se pudo hacer para evitar la desgracia, hoy no podemos detenernos a disertar qué debió hacer la autoridad para que la sangre no llegara al río, ni el agua del río a las casas de los tabasqueños, eso déjenlo pa’ después.
Hoy es tiempo de ayudar, de meter el hombro, de dar una mano. No se trata de mandar la buena vibra, pensamientos positivos y bendiciones, que con el perdón de las buenas intenciones  que pueda tener quien lo haga, hoy lo que les hace falta a nuestros vecinos es comer, arroparse, un lugar seco donde dormir y entre todos ayudarlos a levantarse de nuevo. Y si el que no tiene, el que vive al día, se ha desprendido de dos latas de atún, un par de pañales y ha escarbado entre su guardarropa para donar algo al que ya no tiene nada, “cuantimás” debe ayudar el que desde su palaciego hogar ve pasar los días  “solidarizándose” con la pena ajena.
Don Peje, Beto, Fox, señores legisladores, empresarios de cadenas comerciales, políticos y millonarios todos,  no hay que ser, sépanse que es devastador mirar bajo agua lo mucho o poco que logramos reunir con años de esfuerzo y trabajo en este maravilloso país. Apoyen y donen sin buscar sacar provecho de la desgracia, no lucren con el dolor, con la necesidad, y tampoco saluden con sombrero ajeno.
Y si usted va a donar (lo que sea, una botella de agua, dos sopas instantáneas) hágalo con las instituciones serias, con quienes se dedican a esto de ayudar a los demás no con quien busca disfrazar de ayuda la deducción de sus impuestos ¿o qué? los supermercados que recaudan víveres a las puertas de sus establecimientos (comprados ahí mismo) le incluyeron en una listota de campechanos donadores? O a la hora que lleven lo que usted compró, Hacienda se los hará deducible de impuesto?

P.D.Ladeharry@hotmail.com sabe muy bien donde están nuestros héroes, en cada uno de esos campechanos que ya fueron a prestar su ayuda.

martes, 14 de septiembre de 2010

¿QUIEN ME REGALA UN TEHUANO?

PAPÁ YEMO Y MI TIA LA QUE REZA


CUENTOS CORTOS



MARIA EUGENIA MATU

A: Don Guillermo Novelo Reyes

En algún momento de su azarosa vida (y aún cuando alguien tenga la osadía de poner en tela de juicio esta afirmación) Maruchita tuvo infancia. Aunque usted no lo crea, ella no nació de 40 años (aunque Mafalda se empeñe en asegurar que la vida inicia en esta dorada etapa). Maruchita fue niña y tuvo, durante esa época, un bisabuelo al que llamaremos papá Yemo.

Mi papá Yemo era un hombre de camisa de levita y sombrero de fieltro, que gustaba sentarse en la portada de su casa y regalar dulces tehuanos a los niños de la cuadra. Los gustos de mi papá Yemo eran muy variados, lo mismo disfrutaba unos panuchitos de la plazuela de San Francisco (por lo que pagaba apenas, 5 centavos) que se regodeaba abrazando a la a la mestiza que iba cada martes a lavar la ropa de la familia. Los gritos de la “doña” alertaron en alguna ocasión a mi abuela “quien sabe que le pasa al viejito!!!... Vino por detrás y se me dejó caer” se quejó sofocada. Mientras, mi papá Yemo se relamía los bigotes y le presumía por lo bajo a mi abuela “Esther: ¿qué crees? me acabo de apañar a la mestiza”
Con más de 100 años, cuando lo conocí, mi papá Yemo era muy dado a la esplendidez, cada determinado tiempo daba 9 pesos para que mi tía -la que reza- le comprara sus dulces tehuanos “y te quedas con el vuelto” le decía, nunca se enteró mi papá Yemo que la bolsita de dulces ya costaba más de 80 pesos. Mi papá Yemo vivía feliz en su mundo de silencios, donde lo que predominaban eras esas viejas coplas que tarareaba quedito y que nunca, por más que aguzáramos el oído, logramos descifrar. Lo recuerdo en cuclillas deshaciendo, en el patio, sogas que convertía en sosquil para lavar trastes, lo recuerdo dándonos de sombrerazos cada que nos veía correr. La imagen de mi papá Yemo la tengo muy presente. Cada que me veía, se llevaba la mano a la bolsa y aparecía por arte de magia uno o dos dulces tehuanos que me ofrecía sin dejar de entonar esas canciones, eternas compañeras suyas.
Mi papá Yemo se fue encorvando, o tal vez maruchita fue creciendo, pero de pronto mi papá Yemo ya no me parecía tan alto. Un día descubrí que las pláticas con él eran monólogos en los que no importaba el espectador, porque prácticamente no existía nadie más que mi papá Yemo y su mundo, ese que un día vivió cuando joven.

Mi papá Yemo con todo y su sordera, con su corta visión, y sus muchos años, era feliz. Ni un solo día de su vida lo vi faltar a la cita que tenia en la portada de su casa. Cada vez más lento, mi bisabuelo se vestía, se calzaba sus sandalias acojinadas, se acomodaba sus camisas de manga larga y con el sombrero de fieltro a un costado suyo, se sentaba a mirar pasar la gente, la música la llevaba por dentro, como llevaba esos dulces de tehuano que ofrecía a la primera provocación. Porque mi papá Yemo no daba los buenos días, solo alargaba su arrugada mano y te ofrecía uno o dos tehuanos.
Un día, un buen samaritano, compadecido por aquel viejecillo que con el sombrero a un costado cantaba alguna triste canción, en la portada de una casa, osó detener su camino y obsequiarle una moneda. Más le hubiera valido al pobre hombre abstenerse de tal acción, porque mi papá Yemo lo que tenia de sordo, lo tenia de mal hablado “que se ha creído este hijo de su re...ventada madre??!!! “ decía cada que contaba ese pasaje de su vida a todos y cada uno de los integrantes de nuestra familia, por separado, en reunión, una o dos veces al día pero siempre la historia y su remate: “¿que yo estaba pidiendo limosna?? Hijo de toda su reventada madre!!!….”
Y mi papá Yemo tal vez hubiera sido eterno, sino le hubiera dado la vida el tan grande dolor de ver morir al más pequeño de sus hijos. La batalla que emprendimos nietos y bisnietos para explicarle a gritos la muerte de su benjamín, era por demás grotesca, al dolor y llanto se sumaban las risas de mi papá Yemo de vernos gesticular todos al mismo tiempo. Pero tarde que temprano, la noticia le cayó como pesada losa “este dolor va a acabar conmigo” dijo y luego el silencio. Mi papá Yemo se fue apagando como una velita -de a poquito- se fue consumiendo hasta que un día dejó de entonar sus viejas coplas.

Y pasaron los años, no se cuantos, tal vez muchos. Y nunca más nadie volvió a ofrecer a Maruchita ningún tehuano, ya los había borrado de mi memoria. Justo hoy, una mano se extendió frente a mí, temblorosa se abrió con dificultad y de pronto me pareció que era mi papá Yemo que en lugar de darme los buenos días me ofrecía un tehuano. Metí la mano en la bolsa buscando una moneda y la frase “¿qué se ha creído esta hija de su reventada madre?” Quedó suspendida en el aire, a cambio recibí un “Dios te bendiga, niña”. Dios le bendiga a usted abuelo, por haberme devuelto a mi papá Yemo por un instante

viernes, 10 de septiembre de 2010

LA OTRA CARA.

CUENTOS CORTOS             publicado el 27 de septiembre de 2005

María Eugenia Matú.


Los sucesos que presenciamos día con día nos van dejando un amargo sabor en la boca. A diario es común encontrarnos de frente con la traición, con la deslealtad, con la intriga. Es moneda corriente la desfachatez de los políticos, que en su afán de poder brincan de partido en partido. Hiere enormemente el desenfreno con el que los precandidatos se desgarran las vestiduras, se vuelven unos contra otros en busca del exterminio. Es lamentable que por unos cuantos ( más bien miles) de pesos un individuo se escude en el chantaje, en la agresión y enarbole supuestas causas justas.


Nuestro vocabulario diario se compone de palabras básicas: asesinatos, corrupción, robo, delincuencia, injusticias. No pasa un día sin que por la tele veamos nuevos actores en las mismas escenas, los escenarios varían del plano local, al nacional, al internacional. Pero la historia siempre es la misma, esa historia que nos va dejando un amargo sabor en la boca.


Aún con todo esto, existen claras muestras de que la moneda tiene otra cara, un lado que habla de la solidaridad, del positivismo, de la nobleza. Así como descubrimos en los periódicos padres que golpean, que violan o matan a sus hijos, hoy descubro en la calle a una vieja amiga: Soemy, que sabrá Dios porque vive atada a una silla de ruedas. Constantemente la recuerdo con apenas 15 años y sus ganas de vivir. Recuerdo también el alboroto que causábamos con esas carreras interminables empujándola en su silla de ruedas.


Hoy de nuevo me la encuentro, en plena avenida, con un niño en su regazo. Ahí está Soemy sonriéndole a la vida a la espera de poder cruzar la calle. Soemy es esa otra cara, la que habla de los buenos sentimientos, la que lucha a diario sin amilanarse, la que amorosa protege a su hijo, la que no conoce sino el dulce sabor de boca.


En estos días los mexicanos recordamos la tragedia del 19 de septiembre aquel sismo de hace 20 años, que recordó lo voluble que puede ser la naturaleza y lo vulnerable que es el ser humano. En estos mismos días también recordaremos al huracán Isidore, el meteoro que desestabilizó la vida de muchos campechanos y que demostró a ladeharry que la nobleza existe, que la generosidad surge espontánea.

Como ejemplo quedan todos aquellos campechanos que se acercaron a Radio Universidad para brindar ropa seca, para llevar un termo de café, para brindar el mejor arroz con leche que hayamos probado en mucho tiempo. A 3 años de distancia de ese terrible martes 24 de septiembre, en Campeche también tenemos héroes anónimos, personas que confiaron y buscaron el apoyo de Radio Universidad y muchos otros (como la doctora que acudió a la estación para atender a un bebé, o el taxista que llegó con láminas de cartón para donar) que demostraron esa otra cara de la moneda. A ellos, gracias por reconciliarnos con la vida. Gracias por anexar a nuestro vocabulario la palabra Gracias.

LA ESTRELLITA DE LA SEMANA.


Y como hoy nos encontramos en la corriente positivista, el aplauso va para todos los estudiantes, para todos esos jóvenes campechanos que se dedican con esfuerzo al estudio, que participan con entusiasmo en actividades cívicas, para esos jóvenes que saben distinguir la magnesia de la gimnasia, para los muchachos que desfilaron el 16 de septiembre. Para quienes la institución educativa que los cobija es su segunda casa y le responden como tal. Para esos jóvenes a quienes la grilla les viene “guanga”. Para esos chavos que saben que para pedir hay primero que ofrecer respeto, deferencia, cordura. Dicen que somos el reflejo de nuestros padres, que la buena crianza se mama en el seno materno y afortunadamente existen, en nuestro Campeche, muchas caras de la moneda que no permiten que nos olvidemos que hay jóvenes que saben hacer algo más que avergonzarnos.
La estrella se extiende a todos los participantes del desfile, a los soldados, a los marinos, a los maestros a todos aquellos que hicieron recordar sentimiento patriótico, y también a aquellos que dieron a los reporteros la nota anecdótica para las buenas crónicas de este desfile.


LA PALABRA DE LA SEMANA


Trata como quieres que te traten y no hagas lo que no quieres que te hagan.


P.D. ladeharry@hotmail.com les recuerda, para bien pedir antes hay que mucho ofrecer

LA BOMBA

A uno de mis mejores amigos, gracias por tus palabras, por tu compañia, por el apoyo que me has dado en momentos dificiles y sobre todo por reir conmigo

La noticia le cayó como IDEM al Subcomandante Marcos, sus informantes afirmaban que una bomba había sido colocada en el palacio municipal y pronto estallaría. Mientras visualizaba la mega nota, rápidamente elucubraba entrevistas, notitas de color, reseñas, reportajes, crónicas, ensayos, análisis de fondo y toda la gama de posibles entregas a su periódico. Se calzó, alistó su mochila y se quedó con el picaporte en las manos. La sangre se le fue hasta los pies (rápidamente porque no había mucho trecho que recorrer) el hígado le dolió y su corazón desbocado lloró lágrimas… ¡rojas! (lagrimas negras es una canción que nada tendría que hacer en esta historia) ¡¿Una Bomba!??... no, ¡un artefacto explosivo! Era mejor y más elegante el término.

El caos que invadió durante los siguientes minutos la mente del Sub, convirtió en histérico al centro histórico. Gente corriendo, gritando, buscando un lugar donde guarecerse. Huir lejos, muy lejos, de la inminente explosión era la película que se proyectaba en la mente del Sub. En cámara lenta los bomberos estilo 911 llegaban en hiper vehículos que bajaban en canastos hidráulicos a los burócratas con sus lonch en la mano. La Doñita que le vende “topergüer” en abonos al Subcomandante Marcos, cada que este acude al palacio, desmayada tendría que ser rescatada en una camilla y custodiada por “peefepes” para que no le robasen la mercancía de esta quincena que llevaba en su regazo. En brazos rescataban algunos policías a las secretarias con todo y sus neveritas en las que expenden sus tés helados. Los bomberos vestidos de impermeables largos y las gorditas de ancho.

La zona acordonada, el silencio sepulcral, hería el alma del Sub. La película, en blanco y negro, (porque el Sub ya andaba a media quincena y su lana no daba para el rollo a color) era dantesca para el reportero que cohabitaba en el espíritu del Sub. ¡Estaba de vacaciones! Se estaba perdiendo entrevistas kilométricas. No perseguiría a ningún funcionario huidizo, ni sería secuestrado por los terroristas que acorralados se tendrían que refugiar en la lonchería de Valich, o en los “Patitos”.

Ahora comprendía el Sub lo que sienten los asesinos “…en un momento de furia y cegado por la ira…” ¿Quién era el truhán que esperó que saliera de vacaciones para introducir a San Pancho de Campeche en el primer mundo mediante una bombita?

Si el Sub hubiera presenciado el jolgorio que se armó en los alrededores del palacio municipal, hubiera salido a despellejar al terrorista. Los primeros en llegar fueron los dulceros que rápidamente habían impreso playeras con la leyenda “Bomba… Chito”, y las estaban vendiendo como lechón tostado de domingo en el mercado. De las colonias habían salido micros para “pasear la calle 8”, los ayudantes de los choferes, a todo pulmón gritando “¡¡a la bomba, a la bomba!!”, igualito que cuando llega la temporada de beisbol y se desgañitan “¡¡¡a la pelota…!!!”. Los reporteros (escudados tras sus micrófonos) “peinaban” la zona cero en busca de la primicia. Uno se topó con un pañal, valientemente -y arriesgando la vida- se animó a abrirlo… encontró algo, pero de la bomba… ¡nada! De la bomba… nada.

Las primeras que reportaron ganancias fueron las mamitas de palacio, “los visitantes” habían arrasado con las bolsas de pepitas y cacahuates, mango, jícama. Los diputados, alegres, hacían planes para los próximos días en los que seguiría acordonada la zona y ellos como niños en recreo.

Las pesquisas pronto dieron resultados, como buenos campechanos, los “peefepes” siguieron el rastro de la llamada, preguntaron aquí, preguntaron allá y lograron llegar hasta el don que había realizado la llamada. Era el guardia del Sistema de Agua Potable que desde su hamaca había marcado para avisar que la bomba (de agua) se había sobrecalentado y que pronto estallaría. De esto no pudo enterarse el Sub, porque decepcionado del dramático rumbo que había tomado su vida profesional decidió entregarse de lleno a la meditación en un monasterio recién instalado en Cancún.

¡¿VA A QUERER AGUA MARCHANTE?!!...

CUENTOS CORTOS                                                  22/marzo /2010


Ma. Eugenia Matú


Hay ocasiones en las que Maruchita debería desconectar su cerebro de las acciones, para no cometer la barbarie de tener “grandiosisimas” ideas. Si ya de por si, atreverse a vender colchas y zapatos de Ticul en abonos fueron -en su momento- un atropello a las “3 pestañas” que todavía le quedan, subirse a una carreta a vender agua de lluvia para hacer un reportaje, fue por demás: un exceso.
Debió adivinar que este pasaje de su azarosa vida resultaría “horrendorosisismo” desde el momento mismo que la ex-quince, por ahora todavía reina, miró a mamita con cara de “¿ósea? Que vas a queee doñita?”. Orgullosa se enfundó en sus “yins” y justo al alba (para Maruchita las 8 de la mañana de cualquier sábado es el alba) se lanzó a la aventura. Nunca imaginó que por principio de cuentas el señor sol iba a estar a raja tabla.

¿Qué tan difícil puede ser vender agua de lluvia? Si vas plácidamente sentada (como reina de Carnaval) en la carretita. El principal reto de este día fue, primero, intentar hacer migas con el “Palomo” que “aynas” nos deja sin mano. Maruchita sólo quería hacerle un cariñito para entrar en confianza y poder tomarse la foto que regalaría al Apéndice Menor bajo el titulo de: “mamita valientemente acaricia caballo”. No contaba Maruchita con la mentecatez del caballo y si no fuera por su sagacidad mental (sagacidad mental de Maruchita, no del caballo) y la agilidad que la distingue, estaría lista para acompañar a la ex – quince en el próximo viernes de corso caracterizada del Capitán Garfio.

El segundo reto consistió en subir su grácil figura (já) a la carreta. Maruchita se dijo a si misma “mi misma: si el Don que vende agua puede subirse, tu que tienes como 450 años menos ¿cómo ca…rámbas no vas a poder?”. Maruchita sufre, tras 5 intentos fallidos y luego de haber estado a punto de romperse “media mm…Carmelita” logramos ubicarnos atrasito de las ancas del “Palomo”.

La sonrisa se cortó de tajo (redactaría mi compadre Ynurreta en su revista “Tragedia”). ¡La carreta esa no tiene amortiguadores! Y cada que pasábamos un bache, un tope, o el señor caballo tenia la graciosa “puntada” de alebrestarse, Maruchita se sentía himno nacional “y retumbe en su centro la tieeeera al sonoro rugir del tambooooor” (ayyy mandre! No me vaya a leer algún “persignado” y me demande como le pasó al Poeta Maldito).

Cada que llegábamos a una esquina, la de las grandiosisimas ideas pedía “tay” para acomodarse el estomago, y regresar los pensamientos a su lugar de origen. Todavía el Don orondamente urge a Maruchita que lo apoye con el pregón, la voz se niega a salir, ¡¡¡ya me quiero ir a mi casita!!!... ¿y ora? …¿Como diantres me bajo? Pues así no más –dice el don- aviéntese.

Por suerte, la grandiosa idea de mi recién adquirida comadre de ir el domingo en pos de la buena vibra de Chichén no tuvo quórum en mi cerebro porque sino, no llego a San Lunes.
P.D. maruchita21@live.com.mx cree haber resucitado (con eso de que se acerca la semana santa) para regocijo de sus seguidores.

jueves, 9 de septiembre de 2010

¿FUTBOL… YO?

María Eugenia Matú


Fútbol, deporte que en mis tiempos era juego exclusivo del sector masculino. Fútbol, el entretenimiento que ahogaba en el aburrimiento los domingos en casa de mi abuela. Fútbol y la odiosa voz de Ángel Fernández con su goooooooool interminable. Fútbol ¿A quien diablos le importaba que Hugo Sánchez fuese niño… y de oro? Fútbol, por muchos años deporte vetado en mi hogar. Águilas, pumas, chivas eran animales inexistentes en mi vocabulario. ¿Tacos? Sólo de cochinita, ¿medio delantero? ¿Por fin… adelante o en medio?


Back time Los miro desde la mecedora, es domingo en casa de mi abuela y el calor de medio día pega fuerte. Gritan, se agitan, estos entes acosan al televisor con sus rostros sudorosos “bizcos van a quedar” sentencia mi abuela. Me columpio en la mecedora mientras ellos continúan en su mundo, un mundo blanco y negro (con selector de canales y regulador koblenz) en el que no tengo (ni me interesa tener) cabida. Desde la ventana, el ruido que proviene de la calle es similar al que escucho aquí adentro “goooool” grita Ángel Fernández y cuento los segundos que dura la o, estoy segura que un día de estos terminará ahogado en su propia emoción fanática. El alarido se multiplica y va recorriendo, una a una, las casas de esa cuadra Sanfrancisqueña. Algunos años después la chocante palabrita fue sustituida por el no menos sangrón “tirititito” del Perro Bermúdez.


Definí al fútbol soccer -durante muchos años- como la inconcebible carrera de un puñado de desquiciados tras un balón. Las mega patadas y los lesionados a los que sacaban en camilla de la cancha de juego siempre me parecieron faramalla pura. ¡Que horror! ¿Jugar fútbol? ¿para terminar “mecos” como aseguraba mi abuela que quedarían todos los hombres de la familia? “si no me crees ve a “la Chencha” como tiene las piernas”. Desde mi lugar privilegiado dije: definitivamente el fútbol es un deporte para las hordas. Di vuelta a la hoja y continuó la vida. La Diosa Fortuna me premió con dos niñas ¿Fútbol? ¡Ni en la tele!.


Qué lejos estaba de imaginar que no solo terminaría tratando de entender la terminología del fútbol, sino que además tendría que ir a pegar de gritos a esos árbitros vendidos que no marcan el “faul” cuando “nuestro” jugador yace en el pasto retorciéndose de puritito dolor “¡Sácale cuando menos la tarjeta telefónica, arbitro vendido!”... “¡¡¡Hay que estudiar, hay que estudiar, porque sino de arbitro nos vamos a quedar!!!”. ¿Yo intentando rodar una pelota?, ¿sirviendo de blanco perfecto al inminente pelotazo que me hace rebotar en la improvisada portería?, ¿Yo saliendo de “chopins” en pos del mejor par de tacos, probando la resistencia de medias y rodilleras y pidiéndole en secreto a Diosito no le duela mucho la patada?


Si, yo. Yo hoy digo ¡que viva el fútbol!, que viva el deporte que me acercó de nuevo a mi niña. Que viva el juego que me hizo entender que no todo está perdido aun cuando la adolescencia haya entrado por la ventana de mi casa. El fútbol, maravilloso entretenimiento que me permite estar carne con carne y alma con alma con mi hija mientras le sobo las pantorrillas, y me cuenta sus cuitas escolares. ¿Qué son dos o tres balonazos en plena cadera si luego puedo escucharla explicar como debo enfrentarme al balón, como pegarle al esférico sin que me duela? ¿Qué el fútbol es deporte masculino? ¡Mentira vil! Y lo desmienten todas esas adolescentes que tarde con tarde entrenan y poco a poco logran dominar pases, ese puñado de niñas que se entusiasma por su primer gol, esas mujercitas que dejan de lado la falacia de que jugar fútbol es cosa de marimachas.


Dicen por ahí que mente sana en cuerpo sano y hoy hay que agregarle ¡Y alma feliz! ¿Fútbol yo? SI, ¡Arriba el fútbol y que viva mi Mary gol de cabecera!