lunes, 2 de mayo de 2011

CADA QUIEN CON SU CRUZ

María Eugenia Matú.

“…Somos nosotros quienes tenemos que representar nuestro propio viacrucis con nuestra vida y nuestras acciones…” se alza la voz por encima de la muchedumbre y los rostros sudorosos inclinan la cabeza ya sea porque sienten el llamado de Dios o porque el sol a rajatabla hace imposible mantener el animo arriba. Es apenas la III estación del viacrucis, la primera caída de Jesús: Rey de los Judíos, que yace en el piso, latigado por los romanos.

Impulsado por su fe se pone de pie, coloca el madero de 70 kilos sobre los hombros y avanza tan rápidamente como el peso se lo permite “…El que quiera seguirme que cargue con su cruz de cada día y me siga…” afirma el hijo de Dios. Y ahí va el pueblo católico, en esta representación viviente de la crucifixión de Jesús. Son apenas las 11 de la mañana en el barrio de Santa Ana, la caravana de fieles avanza lentamente en su procesión por la calle Paraguay, se detiene de tanto en tanto, buscando el refugio de una sombra que mitigue un poco el bochorno de este día de abril sin que esto le impida seguir de cerca el calvario del Rey de los Judíos.

“… ¡pero que tal si estuvieran en la playa!.. Ahí si, el sol ni lastima…” exclama una señora entrada en años que recién se ha unido al grupo de fieles que avanza con pesar sobre la calle. Ricamente entalcada, ella empuña un rosario, con mirada acusadora persigue a dos adolescentes que se guarecen del sol bajo la sombra de un viejo árbol. Desde la comodidad que proporciona su amplia sombrilla, la matrona se erige como juez de todo aquel que busca reconfortarse del calor “Ahí… ¡con Jesús es donde deberían estar!, sufriendo lo que él padeció en la cruz...” latiga sin piedad. Los adolescentes retoman su misión: salvaguardar con sogas la valla en torno al equipo de sonido y al grupo “Deogratias” de la parroquia de Santa Ana en esta, su primera participación en el viacrucis viviente “…Perdona a tu pueblo señor, perdona a tu pueblo…perdónale señor”.

ANTESALA DEL VIACRUCIS.

9:30 de la mañana, unos que vienen, otros que van, romanos y judíos entremezclados convidándose de bloqueador solar, preparando botellas de agua, alistándose para la representación viviente. Dos caballos, prestados por la escuela “Julián Álvarez Vera”, son bajados de un camión. Ellos también participarán en este viacrucis de la Iglesia de Santa Ana. Un puñado de adolescentes se agrupa, con relucientes playeras blancas se toma de las manos e inicia la valla que ha de seguir muy de cerca el recorrido por las más de 10 cuadras que seguiremos hasta llegar al momento en el que Jesús será crucificado en el Gólgota.

“bueeeeno… si, ya estoy acá” eleva la voz un romano al contestar su celular. Montado en uno de los caballos, contrito se acomoda el faldón de su rojo traje. El casco de cartón le ha de servir en mucho más adelante para protegerse del sol, pero ahora solo le causa incomodidad. “si, vengan para acá… yo voy a ir adelante del contingente” dice satisfecho de su participación. Por fin ha logrado acomodarse el traje, pero una de sus sandalias lo obliga a bajarse para amarrarla bien, ya luego tendrá que volver a acomodarse el fastidioso faldón.

Los integrantes de “Deogratias” esperan listos a que el del sonido logre atinarle al botón que le dará fuerza a su voz y música, mientras tanto requintean las guitarras, “pégale como si no estuvieras en la iglesia” le dicen al baterista y éste se emociona con las baquetas y le da al bombo con alegría. Nada, se acerca la hora de partida y no logra escucharse sonido alguno a través de las bocinas. Desalentados, los músicos desesperan mientras observan cada vez más romanos a su alrededor, los caballos han sido ubicados en su lugar “Que ya van a traer a Jesús…” les anuncian. El del sonido suda, corre por enésima vez hacia la consola mezcladora y de pronto el requinto de Jorge Chávez suena con fuerza, se deja escuchar por todo el parque y hace surgir la sonrisa de muchos que han seguido atentos el calvario del chico del sonido.

Estamos a escasos minutos de que inicie el viacrucis y los integrantes de la representación viviente intentan guardar sus celulares, pero estos suenan con insistencia “Si, ya vamos a iniciar, vengan de una vez” dice una hebrea mientras sonríe a un romano que va a tomarle una foto desde su black Berry. “Ya muchachos alístense, apóyenme para que todo salga bien” exclama una de las organizadoras que lleva la batuta y en su gorra el nombre de Gaby, ella todavía tendrá que batallar con los asistentes a este evento católico que necios se niegan a escuchar sus argumentos “señores, por su seguridad aléjense de esta área, pueden recibir algún golpe o ser lastimados por lo caballos”, la necedad los lleva de la mano, así como los romanos llevan sus fustas que se clavan en las carnes de Jesús.

VIVIENDO EN CARNE PROPIA LA CRUCIFIXION.

Al principio de la representación, un vacilante Jesús hace intentos por imprimirle fuerza a su participación, la peluca les juega una mala pasada y es uno de los romanos quien se la acomoda de nuevo ante la mirada indecisa de sus compañeros, que expectantes esperan.

Poco a poco, conforme van pasando las estaciones y contrario a lo que le ocurre a la feligresía, que va desinflándose ante el calor y el sol, Jesús va reforzando su fe, cae, se levanta y continúa el camino cargando su cruz. El sudor escurre por su rostro empapa sus ropas y con estoicismo recibe el castigo, tirado a plena calle ni se inmuta ante lo caliente del pavimento. Solícitos los romanos que lo rodean intentan apoyarlo pero el niega con la cabeza, y ahí permanece mientras se desarrolla el vía crucis, espera el momento de continuar rumbo al desenlace, rumbo al Monte Calvario.

Los romanos permanecen atentos, siguen el dialogo, las líneas que les corresponde, pero no pierden de vista al Hijo de Dios, se acercan le dicen algo al oído pero él ya no escucha, tiene la mirada fija. El rostro de dolor ya no es actuado, el cansancio no le impide levantarse y proseguir, ya lleva recorrido la mitad del camino cuando María, Madre de Jesús se acerca a él en la IV Estación “…mira tu rostro, todo ensangrentado…” le dice y las lagrimas se le agolpan a la mujer en la voz. María lo abraza y Jesús descansa un momento. No es sudor, son lágrimas las que se desprenden de Roxana Carpizo, que tampoco es Roxana Carpizo sino María, la Madre de Dios.

El Nazareno avanza por la calle y a su paso va dejando una estela de fe, va conmoviendo con el sufrimiento verdadero de quine tiene que cargar un madero de 70 kilos, soportar los rayos del inclemente sol y los latigazos – que aunque fingidos- duelen y que combinados con el drama del calvario, le alargan los verdugones que se van formando en la espalda de Francisco Cahuich Mayor, que en estos momentos no es Francisco, es el Jesús: Rey de los Judíos.
“Si, todavía aguanta” extiende los labios en una especie de sonrisa triste uno de los romanos que se ha situado a la diestra de Jesús al referirse al notable cansancio que se nota en el hombre “…aquí estamos, pendientes de él para ayudarlo a llegar…” exclama y se le acerca, el látigo bajo y la mano en el hombro.  “pobrecito, ve lo que está sufriendo, lo que tuvo que pagar por nosotros” dice una anciana y se lleva el pañuelo a la frente, simula que se enjuaga el sudor, pero discretamente lo pasa por los enrojecidos ojos, mientras sigue de cerca la procesión. Y lo que le falta al Hijo de Dios, durante el recorrido habrá de caer dos veces más, habrá de sufrir azotes, burlas, habrá de ser crucificado y muerto en la cruz.