sábado, 9 de octubre de 2010

PALABRAS, PALABRITAS Y PALABROTAS

CUENTOS CORTOS                                                   inédito

María Eugenia Matú.

Yo tengo dos Apéndices, cábulas a más no poder las mentecatas, (eso ustedes ya lo saben, pero no buscaba como comenzar este cuentito corto). El caso es que ambas navegan por la vida con la cruz de su madre a cuestas y el estigma de conocer ciertas palabras y no poder utilizarlas con pleno derecho de libertad (lapo de por medio). Así la cosa, el Apéndice Menor (bastantito mayor) maneja muy bien los silencios - a falta de pan, agua- “aaaayy Andreaaaa… eres muyyy… (Silencio)… bastaaaantita…  (Silencio)”.

Decía mi maestra de lingüística que no hay palabras ofensivas, sino personas que se ofenden, como se ofendió cierto tipo cuando un día mi tía (la que reza) le llamó “occiso”, a él le sonó fea la palabra y, si suena feo, tiene que ser un insulto, argumentó el susodicho (si me lee, vuelta se enoja por lo de susodicho). Y es que las palabras más inocentes pronunciadas en boca malora pueden adquirir dimensiones descomunales y provocar hondo pesar en quien las recibe, imagine lo apabullante que puede resultar la inocente “palangana” dicha con muy mala leche.

Lamentablemente, para desdicha de los oídos castos, existen palabras que por su contundencia no pueden ser suprimidas de nuestro vocabulario. Aun cuando “ipso facto” (en el acto) viene siendo el primo hermano aristocrático del pelado, palurdo, bastante corrientón, de “en chinga”, no tienen el mismo impacto pronunciados desde la boca materna que reclama la presencia de uno de los Apéndices. ¿Duele acaso igual darse “un golpe en la cabeza” que “pegarse un chingadazo”?. Y si nos seguimos por esa veredita tropical descubriremos un número indefinido de articulaciones lingüísticas que no dejan espacio para cualquier otra palabra. ¿A poco no es más sabroso tomarse el “xixito” del chocolate que nos preparaba la abuela en lugar de los residuos que quedan en la taza?”. Cuando algo nos provoca risa al extremo, nadie, ¡pero nadie!, se orina de la risa. Todos nos “uixamos” de la risa. Y el hedor que se desprende de un “xik” que huele a ut’a ma... (Silencio, emplearía mi Judas personal) No tiene, como master card, precio.  

Recientemente me entero que decirle gordo – de cariño- a alguna amistad cuyas carnes rebosan alegremente por sus bordes es -sin más ni más- una denostación (denostación es una palabra que tendría que ser suprimida por un silencio, porque me suena fea). Purux, nojoch, supongo que entrarán en la misma censura.

¿Por qué las buenas conciencias se ofenden al escuchar vocablos como pene, coito, vagina?  ¿No resulta más ofensivo decir pizarrín? cuyo significado nada tiene que ver con el miembro masculino, ¿Quesito, cosita?... ¡Mi vida!. Nadie en su sano juicio le cambiaria el nombre a palabras como repollo, crepúsculo, emperifollar solo porque “suenan” feo. Porque entonces (y por pura justicia nacional) tendríamos que cambiarle el nombre a quien (por error del destino) se llama Liborio (conozco un médico asesino que decidió vengarse trabajando en el seguro social), Floripondio ó Casiana.  

Dicho lo anterior, y rememorando a mi gurú personal, las palabras fueron creadas para pronunciarse en su justa dimensión, con lo que los pudores y sonrojos deberían quedarse guardados en el último rincón de nuestro prejuicio (digo lo anterior con las reservas de ley, no vaya a estarme leyendo el engendrito y se destape a soltar palabras por aquí, palabras por allá, porque en la escuela que ella acostumbra frecuentar provocaría un “chingo” de desmayos y soponcios)

P.D. Maruchita21@live.com.mx sin nada más que decir, emigra porque tiene un “titipuchal” de ropa que planchar.

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